viernes, 24 de noviembre de 2017

Carta a la Bulimia

"Recuerdo cuando te conocí. El vacío comenzaba a incomodarme, pero no era totalmente consciente de ello. Algo en mí sabía que había algún problema por resolver, algo que mejorar. Aun así, no alcanzaba a ver en lo profundo, no había claridad, la vista se borroneaba y la oscuridad era atemorizante. Me topé con la errónea idea de que cambiar mi exterior era lo que necesitaba. Acto seguido, ya no veía ni creía nada más.

Fue ahí que entraste a mi vida. Te abrí las puertas engañada, creyendo que me ayudarías a ser mejor, a alcanzar el éxito. Me convenciste y confié, mientras tú te alimentabas de mis miedos.

Para entonces crecías a una velocidad increíble, estabas fuera de control. Tu desarrollo era directamente proporcional a cuán pequeña me hacía yo, y día a día más difícil era convivir contigo.
Estaba presa, encerrada en lo que parecía un laberinto sin salida, en el que los muros se derrumbaban sobre mí. Durante años el encierro y la tristeza hicieron que perdiera contacto con el mundo a mi alrededor. La desesperación me llevó a tomar mil veces el camino equivocado, y a emplear medidas extremas que jamás imaginé, que dolían y me alejaban de lo que alguna vez había creído ser. Tuve suerte de no acabar con mi vida, y de todas formas seguía preguntándome si realmente quería salir de ese tormento.

El tiempo seguía pasando, ya no salía el sol; las heridas eran cada vez más profundas, pero ya me había acostumbrado al dolor... me estaba rindiendo.
Con mi pena, arrastraba también a quienes más quería, incluso a mi madre, a quien contagiaba todo mi sufrimiento, abusaba de su confianza, y la sometía a la impotencia de ya no saber qué hacer para ayudarme.

Toqué fondo... no podía seguir viviendo de esa forma. El mundo no me había esperado, me estaba quedando atrás, y la decisión de correr tras mi futuro o no, estaba en mis manos.
Me enfrenté a un camino que se bifurcaba perfectamente en dos. En el final de uno de ellos, el más largo, había una pequeña y tenue luz. Piedras enormes obstaculizaban el paso, parecía imposible de cruzar. Un terrible frío me recorrió el cuerpo y sentí que por un instante recordaba cómo era ser feliz, y que de hecho habían razones para intentarlo. Fue entonces que entendí que debía luchar, enfrentarme a mis más profundos miedos, y asegurarme que ante el menor tropezón debía seguir.

Sabía que quería llegar a la luz.


Hoy puedo decir que esta carta es parte de nuestra despedida. Aún sigo transitando aquel camino, y entiendo que seguiré haciéndolo un tiempo más. Pero el sol ha vuelto a salir, he superado pruebas y puedo llevar la frente en alto, sonreír y decirte que estoy orgullosa de mí. Tengo en mano mi pasaje sin retorno con destino a la libertad, que está lejos, MUY LEJOS DE TI"




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