"Recuerdo cuando te conocí. El vacío comenzaba a incomodarme,
pero no era totalmente consciente de ello. Algo en mí sabía que había algún
problema por resolver, algo que mejorar. Aun así, no alcanzaba a ver en lo
profundo, no había claridad, la vista se borroneaba y la oscuridad era
atemorizante. Me topé con la errónea idea de que cambiar mi exterior era lo que
necesitaba. Acto seguido, ya no veía ni creía nada más.
Fue ahí que entraste a mi vida. Te abrí las puertas
engañada, creyendo que me ayudarías a ser mejor, a alcanzar el éxito. Me
convenciste y confié, mientras tú te alimentabas de mis miedos.
Para entonces crecías a una velocidad increíble, estabas
fuera de control. Tu desarrollo era directamente proporcional a cuán pequeña me
hacía yo, y día a día más difícil era convivir contigo.
Estaba presa, encerrada en lo que parecía un laberinto sin
salida, en el que los muros se derrumbaban sobre mí. Durante años el encierro y
la tristeza hicieron que perdiera contacto con el mundo a mi alrededor. La
desesperación me llevó a tomar mil veces el camino equivocado, y a emplear
medidas extremas que jamás imaginé, que dolían y me alejaban de lo que alguna
vez había creído ser. Tuve suerte de no acabar con mi vida, y de todas formas
seguía preguntándome si realmente quería salir de ese tormento.
El tiempo seguía pasando, ya no salía el sol; las heridas
eran cada vez más profundas, pero ya me había acostumbrado al dolor... me
estaba rindiendo.
Con mi pena, arrastraba también a quienes más quería,
incluso a mi madre, a quien contagiaba todo mi sufrimiento, abusaba de su
confianza, y la sometía a la impotencia de ya no saber qué hacer para ayudarme.
Toqué fondo... no podía seguir viviendo de esa forma. El
mundo no me había esperado, me estaba quedando atrás, y la decisión de correr
tras mi futuro o no, estaba en mis manos.
Me enfrenté a un camino que se bifurcaba perfectamente en
dos. En el final de uno de ellos, el más largo, había una pequeña y tenue luz.
Piedras enormes obstaculizaban el paso, parecía imposible de cruzar. Un
terrible frío me recorrió el cuerpo y sentí que por un instante recordaba cómo
era ser feliz, y que de hecho habían razones para intentarlo. Fue entonces que
entendí que debía luchar, enfrentarme a mis más profundos miedos, y asegurarme
que ante el menor tropezón debía seguir.
Sabía que quería llegar a la luz.