¡Hasta luego! ¡Cuidate! Es un saludo que nos llega como un buen deseo de alguien que nos quiere y que apuesta a nuestro bienestar. Cuidar la persona que somos es apostar a conservar nuestro bienestar o a estar mejor aún. Analicemos un poco qué está en juego cuando decidimos invertir en esto nuestra energía e intención.
Por naturaleza
el ser humano buscar vivir, desarrollarse, superarse, logrando satisfacción. Observar
el crecimiento de cualquier niño nos muestra su inclinación a crecer y vencer
obstáculos cada día. Esta natural tendencia no se pierde nunca, acompaña al ser
vivo que somos durante toda nuestra existencia, lo que va modificándose es en
qué aspecto centramos nuestra atención en cada etapa. El auto cuidado trae
siempre aparejados beneficios, inmediatos o a mediano plazo. Una decisión en
este sentido puede ser difícil de tomar porque puede implicar un momento de
tensión, de riesgo o de confrontación a una realidad que no nos agrada, sin
embargo, sabemos que nos traerá mejores consecuencias. Únicamente cuando una
etapa se obstaculiza y quedamos trancados como un disco de pasta que se rayó y
sigue girando en la misma pista, no logramos dejar esa huella y continuar con
la siguiente.
Cuidarse a si
mismo es una actitud normal y esperable para cualquier persona, refleja el
adecuado desarrollo en cada una de las áreas de nuestro existir, tanto físicas,
como emocionales o vinculares. La evolución no es simultánea en cada una de
esas áreas y es posible observar muy buenos avances en unas y no así en otras y
esto nos sorprende. Las profundidades de cada persona no dejan al descubierto
todas sus necesidades.
A nivel del
cuerpo, es muy frecuente escuchar decir que el “cuidarse” es someterse a una
dieta restrictiva. Sin considerar qué esconde y acompaña esta prohibición
autoimpuesta. Podríamos suponer que sería “cuidarse” de los excesos temidos,
desconfiando de la autoregulación que poseemos como organismo vivo. Podría ser
“cuidarse” de dar una imagen que no sea de la aprobación de los demás,
priorizando la opinión de los demás sobre la propia. O “cuidarse” hoy para
compensar una falta de cuidado anterior o posterior, habilitando así una
conducta autodestructiva contraria al autocuidado.
También pensamos
en cuidarnos alimentando y ejercitando el cuerpo adecuadamente, confiando en
que las acciones tomadas diariamente nos llevarán a buen puerto. El peso no es
el problema, la dificultad está en la forma en que nos alimentamos en cada una
de las oportunidades que se nos presentan, pero tomadas como un conjunto de
actitudes que llevan a un destino. Suprimir una comida o excederse un día con
ejercicios no logran el objetivo deseado, solo sirven para aumentar el miedo a
no conseguirlo, ya que sabemos que no será posible imponerse sostenidamente una
presión tan grande. Y esta podría ser una forma sencilla de diferenciar una
conducta de cuidado de aquella que no lo es: si requiere un esfuerzo
sobrehumano con la pretensión de lograr un resultado inmediato, conviene
reflexionar sobre nuestras acciones.
De la misma
forma ocurre con el cuidado personal y el cuidado de otros, al estar
adecuadamente centrados en nosotros mismos logramos identificar nuestras
necesidades y en la relación con los demás podemos hacerlas valer como una
expresión de sentimientos y emociones. Manifestar las emociones propias tiene
una fuerza de protección muy importante en los vínculos afectivos: nunca son
incorrectas. No es posible decirle a alguien que está equivocado en sentirse
triste o enojado, sólo yo sé cómo me siento. Aprender a identificarlas y expresarlas
es una práctica que conviene desarrollar tempranamente en el núcleo familiar
para luego ampliarla a otros ámbitos.
Adultos que se
cuidan, enseñan a través de ellos mismos esta práctica en sus hijos. Los hijos
desde temprana edad reproducen las formas de resolver las necesidades de la
misma manera que lo ven en sus seres queridos. El mecanismo de resolución es
mucho más trascendental que el contenido de las palabras. Detengámonos en esto
enfocando el cuidado del cuerpo: un padre que observe a sus hijos las formas de
su cuerpo sólo aporta confusión, el hijo sólo puede sentirse criticado o
desvalorizado por su forma de ser y actuar, no le enseña cómo resolver la
situación, no aporta un camino a seguir que le depare la meta anhelada. Peor
aun cuando no es la práctica habitual del hogar, se convierte en un “haz lo que
yo digo y no lo que yo hago” generando rechazo y molestia por lo injusto e
incoherente de la orden.
Cuidarse implica
conocer nuestros deseos y necesidades, poder aceptar cuáles pueden ser
fácilmente satisfechas y cuáles no, entendiendo que somos personas limitadas
por naturaleza y por vida comunitaria. No estamos diciendo que todos nuestros
deseos serán fácilmente cumplidos, decimos que vale la pena luchar por ellos,
allí encontraremos nuestro sentido.
EQUIPO
VITALIS